lunes, octubre 21, 2013

Algunas palabras en Venecia, de Joseph Mallord William Turner

Fragmentos



12
Venecia es una ciudad amenazada por el sortilegio de las aguas; quizás algún día se la trague el mar como a una piedra y todos nosotros (los que verdaderamente la hemos comprendido) bajemos a recorrerla conteniendo el aire en los pulmones.


17
He leído una vez en Finomeno que Dios se complacía mostrándose en lugares húmedos. El agua sería un vehículo de la divinidad; quizá sea ése el motivo por el cual la estadía en Venecia me resulte perturbadora y, a la vez, un puntum caecum (punto ciego).


18
La luna no me pertenece, tenemos un contrato. Cada cual se retira si no hay nada.


24
Detrás de las grises nubes veo fuego. Por la noche el fuego llegará a la triste ciudad y su agua no podrá con él. El cielo depositará antorchas sobre los canales y explotará la furia.


25
Mi corazón también ha sido una tormenta; más de una vez he bebido mis frascos con agua de pinturas. ¿Para qué? No he estado lo suficientemente insano para tragarme mis acuarelas pero le he pensado. ¡De qué serviría una muestra íntima del viejo Joseph a la altura de las costillas!


26
He navegado con la triste góndola por la tarde. El silencio de los canales anunciaba algo feroz. La marcha de mi barca cedía su paso al crepúsculo. El gondolero no bajaba la vista y apenas movía su cabeza para saludar. El remo golpeaba el agua espesa. Un furioso relámpago cayó tras la cúpula de Santa María de la Salud. Sentí que algo terrible ocurriría. En mi alma ya se había desatado la tormenta que más tarde azotaría a la Serenissima.


27
Durante los últimos quince días de octubre he esperado un relámpago (como Teresita espera en la oscuridad un espasmo), del mismo modo que se espera a un familiar que viene por la herencia. Ayer tuve uno que quiso más de mí. Un relámpago blanco con un filamento similar a una extensión líquida de oro. Giorgone habría sabido qué hacer con él, yo quedé indefenso, dudando de la posibilidad del arte.


29
Sólo lo que vemos anuncia el esplendor. La luz es más poderosa que la fatiga y el terror. Esperen con júbilo la ráfaga y el destello del cielo. Son ellos el pulso que animará vuestra alma. ¡Confíen en el relámpago!


73
El feroz rigor de una estampida salvaje vuelve hacia ti el velamen de tu propio cuerpo.
El paisaje inflama tanto el aire que la vista ya no resiste y el horizonte enceguece de fuego.


77
El fuego conversa con las aguas más pobres. Una llama es un desvío.


85
Las figuras son arrastradas sin piedad. No hay formas que soporten tal acometida.
¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?


97
¿Por qué temen, transeúntes?
¿Por qué escapan del horizonte enceguecido?


100
Mis ojos no ven claramente. La bruma se posa en este puerto y no zarpa. Llevo horas de tinieblas y soledad. La distancia no me ofrece nada. La luz no me pertenece.


101
Acaso el ojo sea lo que enciende el universo.
¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?


105
El encanto del cielo y la luz de las estrellas apartan el mundo desolado.
La noche tiene los colores del mar. Navego en silencio.


118
Una mujer rubia refleja con estridencia el amarillo, que es el color de la distancia y de la jaqueca. La migraña se asemeja demasiado al cabello de la dama que acaba de sentarse a la mesa contigua que ocupo en el café Florian, que ocupo desde hace mucho. Me alejo sin quererlo.


120
El dolor en uno de mis pies (el izquierdo), por ejemplo, tiene atribuciones del verde, pero en un registro bajo, muy bajo, como el grosero verdín, ya pasado, que se encarama en las grietas. Trabajo sobre ese color intensamente durante semanas buscando excesivamente variarlo en su composición, no hacia el ocre (que bien está como trastorno digestivo) sino hacia la primera gracia que muestra el rosa opaco.


122
Leí una vez en Finomeno que había una correspondencia entre la enfermedad y color. He seguido estas tendencias modernas, no tanto por arrimar mi intuición al arte de la medicina, sino como una continuación de mi oficio. Nos curamos con los que enfermamos.


129
Los colores están detrás de otros colores. Tras ellos, los colores verdaderos toman distancias. Todo brilla detrás de otra imagen que no alcanzamos a ver jamás.


131
El desenlace del cielo, cada una de las estrellas en el día de su boda, las cintas cayendo, ¡la cabeza de un cerdo sobre la platería! ¡Con sus huesos cocidos de más, olorosos, oh, el gran hocico de la noche! Nuestro es el mundo, hay otro vida detrás de los colores.


132

Los maestros holandeses me han dado una pequeña idea: cerrar los ojos.


137
El peso de la luz sobre los objetos contiene al mundo. Se trata de un poderoso faro alejado de todas las costas a las que arribamos.


170
En un tabique de mi cama han anidado unos minúsculos insectos de cabeza grisácea. En un principio pensé que se trataba de ciertas hormigas que ya había visto en los interiores de la Dogana. Limpié con brea la zona, instalé nuevamente la madera sobre el hueco. De noche, el ruido producido por sus desplazamientos me ha resultado conmovedor. Se advierte que arrastran elementos de un lado a otro, como si el propósito fuera refundar ciudades o llevar de aquí para allá una magnitud de materia deplorable. El depósito de esas construcciones deja un polvillo cetrino por encima de los zócalos.

Cuando en 1840 pinté la Vista de la Dogana: San Giorgio Maggiore, utilice el polvillo como material de la acuarela; la textura más clara se evidencia en la cúpula del campanario.


171
Ayer fui a la barbería que está cercana al Ponte delle Tette camino a la iglesia de San Cassiano. El barbero es un hombre con una enorme nariz enfermiza (los veintiséis bocetos serán clasificados y rotulados como "estudios sobre una rinofima"). Hubiera querido tratar esa protuberancia de cerca, si fuera posible con lentes de fuerte aumento. En el descanso, sobre el pequeño hueco que antecede a la curva exponente de pulpa carnosa, un extraordinario ramillete de pequeñas venas violáceas sobresalía; un espectáculo que la propia enfermedad brindada como testimonio de su estrago. La belleza de ese racimo era atroz y conmovedora. Había visto algo semejante en los hongos que proliferan en los maderos del muelle; y así como en aquella oportunidad volví con una espátula a los muelles para llevarme el acontecimiento a mi taller, habría querido esta vez arrancarle al barbero ese tesoro de su nariz para llevármelo y tratarlo, hasta obtener la aprobación de Reynolds.


225
No les daré lo que esperan de mí. Destruyan mis dibujos. Arrojen al mar mis apuntes.
Olviden mis pinturas. Partiré hacia donde no me esperen. Viajaré sujeto a la misma tempestad que azota mi alma. Nada detendrá mi anhelo de respirar el aliento de Dios.


291
De haber sido un dios, no habría perpetuado la imagen; la imagen ha destronado la posibilidad de lo semejante. El pensamiento que busca la imagen es rastrero, aquel que busca lo semejante es lo divino.


292
Imagino el misterio de Dios como una aguja (o como un pequeño pincel en mis manos).


297
Mi madre me despertaba a primera hora del día con un pedazo de luz; Dios estaba en sus rodillas sin hacer ruido: mi casa era silenciosa.














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