lunes, junio 12, 2017

“Carne blanca a través del velo”, de Carlos Almonte





Sobre Carne blanca, de Jessica Atal

1. En el tiempo del inicio comienza el desplazamiento, “colina abajo”, como introduce Rey Rosa. Hay, claro, un ligero temor; digamos ahora, pudor de comenzar, pudor al relatar el nacimiento de la Cordillera (después se especifica: “el demonio no procrea”). Así es como inicia la promesa del acontecer, del suceder, del lenguaje expulsado en forma de cascada, en la que sigue apareciendo –siempre- la montaña que, como sabemos desde el cuarto/quinto verso, tiene nombre: Miguel. Así, el desplazamiento colina abajo, recordemos, puebla el lugar común de patrioteros, futboleros, barriobajo, delincuencia y contaminación. Todo esto, la “estupidez”, según el-la responsable del relato, forma el cúmulo, o contexto, sobre el cual la nube vuela o se desplaza: La nube se desplaza -las nubes se desplazan-. El pensamiento se desplaza. El lenguaje se desplaza. Basta seguir, durante el texto, la historia de la hoja blanca: “Y era blanca / la hoja no es blanca / todas las hojas blancas (ninguna soy yo) / Soy una hoja en blanco (disculpa del olvido) / la hoja en blanco permanece / arranco las hojas en blanco / soy la hoja en blanco / dejar la hoja en blanco / no tiene forma de montaña la hoja en blanco / o lluvia es igual a más hojas en blanco / la hoja blanca es aun más sucia”. La hoja blanca es la carne blanca, es la cordillera-semen-polvo, es la montaña, es la nieve.

2. Los chilenos somos párrafos de un libro no poético, abandonado en un estante. Aparecen, aparecemos y desparecemos, desaparecen. Tal como la montaña y ella, tal como “Miguel y yo somos nadie”; aunque la suma signifique un todo, al menos en sentido emocional: “(Él) significa todo para mí” y esta poética permanente que recala entre los aires, devaneos, incorporeidad que refiere siempre a lo corpóreo, al color, al deseo: “en el avión / es donde mejor escribo / (todo queda en el aire)”; nos prepara para el vuelo, viaje, lugar, desplazamiento, diatriba entre paréntesis. Es así, un manifiesto, punto 1: El pensamiento se detiene, calma y fructifica; entre nubes, montañas, chilenos, deseo, piel blanca y lenguaje hecho caída, hecho cascada. Hecho, es decir fabricado, desde el detalle (vital o cotidiano), la narración, la explicación, el recuerdo (la muerte del padre), el extrañamiento, en distintas medidas e intensidades.

3. Segundo acápite de la confesión: “la cabeza deja de pronto de funcionar / y todo lo que se necesita es una goma de borrar / negro/vacío / derrame de conciencia”, derrame (desbordamiento, dispersión) en el que nadie más habla, el padre “es tierra negra”, la madre “es una nube gruesa”, la montaña es descrita, mas no reproduce, no expresa: “tus labios se mueven en silencio”. El derrame de conciencia es la cascada de palabras, ideas, pensamientos y descripciones que hace la nube de su entorno mediato, cercano o lejano, imaginado, adjudicado a la fuerza de algún verso, o expulsado a la basura (que vuelve a recoger), tal como la aspiradora que no aspira, que no chupa, por lo que, como el relato, vuelve una y otra vez sobre la montaña: ¿Qué es más difícil que mover una montaña? Nada, definitivamente.

4. Hasta que, hacia el clímax, digamos el centro poético, el objeto del deseo, es decir el lenguaje, se hace explícito, “es tan poco el semen / tan largo el olvido”; (una idea-imagen recurrente en lo que sigue al clímax); para, acto seguido, recordarnos la obsesión doméstica del último tramo: “la aspiradora no chupa”, por lo que los desperdicios, los vacíos o rellenos, la energía, en definitiva, va quedando, va aumentando, acumulándose la histeria, hasta la irrupción de Ana O.

5. Secuencia en la muerte del padre: El padre es la tierra negra, la superficie es blanca, la carne es blanca, o va tornándose blanca (“tú no hueles bien” / me dice mi madre / o es ese olor / a carne muerta / bajo tierra / que llevo puesta”. Una escritura matemática, equidistante, lógica y proposicional (A implica B), ecuacional, especular, parafásica en la sustitución de idiomas.

6. Es cuestión de correr el velo para encontrarse de frente con la piel, la aspiradora (o chimenea, en términos de Pappenheim) que succiona, la hoja y la montaña y otros actos de inspiración erótica (en su versión velada). A través del velo, que a ratos se descorre y deja ver el espectáculo de origen, se observa un segundo espectáculo: velado (acá redundo), lo que se transforma en un teatro de sombras, difuminación, deformidad y distancia con la representación original.

7. La “cura del habla” toma acá especial especificidad, desde el tratamiento de Breuer, a Carne blanca, el paciente siente alivio parcial al relatar el hecho traumático. “La poesía es para los muertos”, recalca el relato en su periodo de meseta, deseo, excitación (en distinto orden, claro está). También es para personas en busca de alivio, paciente, terapeuta... Esto nos lleva al tercer y último acápite de la confesión: “quizás vayamos todos en una misma dirección / no hay dirección”. Después no se ve nada, no hay lenguaje, solo acantilado. Y es mejor finalizar.


Santiago, mayo 2017

Fotografía: Iván Petrowitsch



Carne blanca

Poemario de Jessica Atal

Editorial Cuarto Propio

Santiago de Chile, 2016





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